Novak Djokovic vuelve a estar entre los grandes. Atrás queda su larga travesía por el desierto que le hizo desaparecer de la pugna por el trono del tenis mundial. Si la semifinal ante Rafa Nadal le abrió las puertas del cielo, su entrada allí tras la final fue triunfal. Qué mejor que su cuarto Wimbledon para sentirse nuevamente imponente después de meses y meses de sufrimiento en que sólo supo ganar dos torneos de perfil bajo.
La Centre Court del All England Club fue testigo de su regreso repleto de confianza con Kevin Anderson como invitado de piedra (6-2, 6-2 y 7-6(3)). El sudafricano no fue rival para un tenista que llegaba disparado después de la exhibición que regaló junto a Nadal a todos los amantes al deporte de la raqueta.
En su segunda final de un Grand Slam tras la perdida el año pasado ante Nadal en el US Open, Anderson la afrontó con las secuelas físicas de la paliza que se pegó ante Isner. Tampoco debió ser fácil mentalizarse para el duelo ante el serbio. El paso previo a la gloria era contra un gigante dormido hasta este torneo. Su nivel mostrado asustaba a cualquiera, incluso al verdugo de Federer. FUENTE